Benjamín González Buelta sj
Es esencial en la espiritualidad ignaciana ser fieles a la realidad. La contemplación de lo real es el camino para encontrarnos con la profundidad, con lo que se mueve más allá de las superficies brillantes o trágicas. En su última dimensión nos encontramos con Dios que ama el mundo con una pasión infinita y con una creatividad inagotable. La contemplación nos lleva a la implicación, y la implicación, en muchas situaciones, nos conduce a la complicación. Por eso hay muchas personas que rehúyen contemplar la realidad, y escogen espiritualidades menos encarnadas.
Ignacio es el maestro que nos enseña a contemplar hasta percibir el punto donde todo lo real se abre al trabajo de Dios, al dinamismo del reinado de Dios que todo lo atraviesa. El Covid-19 es una herida clamorosa en medio de nosotros. Como solemos decir, “es una realidad que grita al cielo”. No vamos a retirar la mirada, ni hacernos oídos sordos. Lo vamos a mirar desde el dinamismo de los EE. La mirada se va profundizando hasta descubrir de qué manera el Covid-19 afecta a Dios y a las personas y de qué manera Dios responde.
En el centro de la espiritualidad ignaciana, hablando de nuestra identidad de jesuitas, y de los colaboradores y amigos de la familia ignaciana en la misma misión, dice la C.G.35:
“Encontrar la vida divina en las profundidades de la realidad es una misión de esperanza confiada a los jesuitas. Recorremos de nuevo el camino que tomó Ignacio. Como en su experiencia, también en la experiencia, puesto que se abre un espacio de interioridad en el que Dios actúa en nosotros, podemos ver el mundo como un lugar donde Dios actúa y que está lleno de sus llamadas y de su presencia. Así nos adentramos con Cristo, que ofrece el agua viva, en zonas del mundo áridas y sin vida. Nuestro modo de proceder es descubrir las huellas de Dios en todas partes, sabiendo que el Espíritu de Cristo está activo en todos los lugares y situaciones y en todas las actividades y mediaciones que intentan hacerle más presente en el mundo (CG 35 2, 8).
El Padre trabaja siempre en las profundidades de la realidad, el Hijo se encarna solidario en el abajo humillado y fecundo de la humanidad, para revelarnos la salvación del reinado de Dios que todo lo alcanza, y el Espíritu nos inspira desde dentro de toda persona cultura y religión. La Trinidad no está lejos, en un espacio inaccesible, sino en nuestro camino. Ya en el bautismo de Jesús, la encontramos en la tierra humilde donde Jesús oraba. El Padre le dice al Hijo lleno del Espíritu: “Tu eres mi Hijo muy querido, mi predilecto” (Lc 3,22). También nos lo dice a cada uno de nosotros. La Trinidad es infinitamente humilde, en ella “vivimos, nos movemos y existimos” (Hech 17,28), nos constituye como personas y hace fecunda nuestra vida.
Para formar la mirada que descubre a Dios en el mundo y nos une a su acción de vida, Ignacio nos propone el proceso de los Ejercicios, donde van siendo trabajados el corazón y la sensibilidad. Vamos a recorrer un pequeño itinerario.
1. Punto de partida: La mirada del Principio y Fundamento, Es nuestro punto de partida. Sin él, nada se entiende. Sabemos que el mundo y cada persona hemos salido del corazón de Dios, no de la nada fría y aséptica. Nacemos del amor de Dios. Ahí seguimos siempre y ahí está la raíz permanente de nuestra vida. Estamos “enraizados” en el amor de Cristo (Ef 3,17; Col 2,7). Desde ahí siempre podemos rehacernos y crecer.
No estamos enraizados en el amor de Dios como seres individuales, sino con la originalidad de todas las diferencias humanas concertadas. Nadie sobra, toda persona encuentra en ese Amor su existencia cotidiana. Con cada diferencia cuenta Dios. Pablo tiene una imagen musical en la carta a los Efesios: “sean un himno a la gloriosa generosidad de Dios” (Ef 1,6). Un himno se compone de muchas notas diferentes. Cada una tiene su importancia, su tiempo y su intensidad. Cada nota recibe su valor de todas las que la preceden en la partitura, y de todas las que la siguen hasta que suena la última nota. Si una nota se inhibe y se encoge porque no se considera importante, o si otra suena más tiempo y más fuerte de lo que debe, todo el conjunto musical sufre. Somos relación, nos hacemos y nos deshacemos en la relación.
Dios no puede crear otros infinitos. Infinito sólo puede haber uno. Somos limitados, pero en relación, con el Ilimitado, con las demás personas, y con toda la creación. Es en la relación donde somos plenamente, como Dios mismo es relación, Padre, Hijo y Espíritu.
En un cosmos en crecimiento, necesariamente habrá choques y procesos traumáticos, cambios sorprendentes. Los enfrentaremos con Dios. Las personas tenemos la misión de cuidar el mundo y colaborar con Dios en el plan de salvación. El covid-19, aparece como una zancadilla dolorosa que nos echa de bruces contra el suelo de una realidad bien dura. ¿Qué hacer?
2. La mirada realista de la primera semana de Ejercicios.
Abrimos los ojos y nos encontramos con el misterio del mal. En medio de ese misterio aparece el Covid-19. En nuestro mal crónico de países injustos y mal preparados sanitariamente y socialmente, el virus encuentra su caldo de cultivo, se mueve sigilosamente, se extiende, contagia, enferma y mata.
– Sabemos que este problema ha sido muy mal manejado. China y otros países han ocultado información sobre la fecha de aparición del virus, sobre sus características letales, sobre la forma de trasmitirse y de controlarlo, hasta que el virus ya se había regado por el mundo. Eso ha causado millones de contagios y miles de muertes porque no ha dado tiempo a las naciones para prepararse.
– Por conveniencias personales, muchos políticos han manipulado los datos, han distorsionado la manera de enfrentar esta situación, poniendo por delante su ego, su capricho, y sus intereses políticos.
– También contemplamos a los que han aprovechado la pandemia para hacer negocio con productos deteriorados o las vender a sobreprecio productos necesarios.
– Esta epidemia, ha revelado las deficiencias sanitarias, la imposibilidad de los pobres para tomar muchas de las medidas propuestas.
– Mucha gente ha procedido de manera irresponsable.
– Los últimos estudios científicos, nos dicen que este virus saltó de un animal a un ser humano. La razón que dan es que, con el calentamiento global, han desaparecido muchas especies animales que antes nos protegían de estos virus. Ahora estamos indefensos, y vendrán nuevos coronavirus sobre nosotros.
Para admiración nuestra, encontramos que el pecado también afectó al Hijo encarnado. Desde la cruz nos dice que el perdón de Dios es más grande que el pecado del mundo. Su amor vencerá el mal del mundo.
3. La mirada iluminada y cálida de la segunda semana.
Dios mira el mundo y ve tantas personas en tanta ceguedad, diferencias que en vez de complementarse se agreden, excluyen a los vulnerables, y crean los infiernos (Ej 102).
La mirada de Dios se extiende por el mundo: “Desde siempre y por siempre está mirando, y no tiene límite su salvación” (Eclo 39,20). La mirada paternal-maternal de Dios es de cuidado, de salvación, no de condena. El Dios humilde es justo para hacernos justos, no para ajusticiarnos, es todopoderoso para empoderarnos y posibilitarnos la vida, no para apoderarse de nosotros y disminuirnos. La respuesta de la Trinidad es la encarnación del Hijo. El Hijo vive para nosotros, nos revela el misterio del Reino de Dios, y nos enseña a vivir enteramente en ese dinamismo de vida verdadera que lo alcanza todo. Al estilo de Jesús, que enfrentó las enfermedades de su tiempo, contemplamos, toda la lucha admirable contra el coronavirus:
– toda una red de personas ligadas al sistema de la salud, que finaliza en las manos de los médicos y de las enfermeras, han trabajado hasta el agotamiento, poniendo en riesgo su propia vida, para superar la enfermedad de cada persona concreta.
– ha sido un trabajo escondido y anónimo bajo los uniformes y las mascarillas. El aplauso de las 8 en muchas ciudades y países muestra el agradecimiento de todos a esos héroes sin nombre.
– algunos enfermos han dejado su respirador a otros más jóvenes o con más responsabilidades familiares
– la colaboración ciudadana, en todos los aspectos esenciales de la vida, como la alimentación, las farmacias, la comunicación, los transportes, el cuidado del orden público.
– la profesionalidad de los profesores para que sus alumnos no perdiesen el año escolar.
– la creatividad de los responsables religiosos, para llevar consuelo y fortaleza a los enfermos y a los confinados en sus casas (Eucaristías, todo tipo de Ejercicios Espirituales y retiros ofrecidos en el mundo virtual, que es todo un mundo en el que hemos entrado para ya no retirarnos de él…)
– solidaridad entre vecinos y dentro de las Iglesias, para ayudarse y alcanzar a los más solos y pobres.
Esta mirada es muy importante. Todas estas expresiones de lucha contra el coronavirus, que hemos visto en personas de todas las culturas, razas y
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religiones, son una expresión del compromiso por el reino de Dios que el Hijo nos trajo con su encarnación. La vida del Reino nadie puede arrancarla de este mundo. Siempre aparecen personas que creen en la vida que Dios nos ha dado y luchan por ella, en las pequeñas acciones de la vida cotidiana, o en actividades públicas que nos asombran a todos.
4. La mirada dura y ensangrentada de la tercera semana. No podemos detener nuestra contemplación en esos ejemplos admirables de servicio a los demás. Seguimos bajando a la profundidad. La pasión del mundo que sufre y muere, es la pasión de Cristo que hoy sigue cargando la cruz de su pueblo, como Dios le mostró a Ignacio en la visión de la Storta mientras caminaba hacia Roma. “Jesús en la cruz, cargó con el dolor de las víctimas y con el pecado de los victimarios.” (Moltman). Es el compromiso hasta la muerte de Dios por nosotros.
Contemplamos:
– cómo el Covid-19 se ha convertido en una pandemia. 16 millones de contagiados, más de medio millón de muertos, y siguen creciendo los números al extenderse ahora por los países más pobres, alejados y desprotegidos. En cada número hay una tragedia que involucra a muchas personas.
– las soledades y angustias. Una mujer se aferra a la mano de una enfermera y le dice: “Por favor, no me dejes morir sola”.
– las muertes sin cercanos ni despedidas, entierros sin funeral. – los cadáveres en los hospitales que nadie reclama…
– los miles de médicos infectados y muertos en su servicio. – los curados que arrastran límites neurológicos.
– la pasión de los pobres: ¿Cómo se pueden quedar en su casa, si apenas caben dentro? ¿Se quedarán a morirse de hambre sin el trabajo y el pan de cada día?
– la competencia de los países y farmacéuticas para conseguir la vacuna antes que otros, sin colaborar compartiendo información que podría salvar muchas vidas…
– la crisis económica que ya empieza a mostrar sus dientes, con el desempleo cuando más se necesita el trabajo…
En este momento, contemplamos el silencio de Dios, igual que después de la muerte de Jesús en la cruz. Y en ese silencio surgen las mismas preguntas: ¿Por qué esto?, ¿Por qué a mí?, ¿Hasta cuándo? Los tiempos de silencio de Dios en la historia, no son tiempos de inactividad, de lejanía, de indiferencia, sino de gestación de algo nuevo que crece en la soledad y la discreción, según la imagen maternal de Dios que nos presenta Isaías: “Desde antiguo guardé silencio, me callaba, aguantaba, ahora como parturienta grito, jadeo y resuello” (Is 42, 14). ¿Qué novedad se está gestando hoy?
5. La mirada resucitada de la cuarta semana
Sin la mirada de la cuarta semana nos quedamos atascados en un lodazal de muerte que se nos pega a los pies, y nos paraliza el corazón y la vida. Hay que contemplar bien, afinando los sentidos, porque toda cruz, toda muerte, lleva dentro un germen de resurrección y de vida.
La crucifixión de Jesús, fue un acontecimiento público, con rituales militares de poder y de muerte, un espectáculo bien organizado, sangriento, para escarmiento de la población, para paralizarla y enmudecerla.
La resurrección fue un acontecimiento íntimo, silencioso, sólo visible para el “ver creyente”, de los discípulos, (“oculata fides”, Santo Tomás), que se fue abriendo con toda su fuerza en la transformación de un pequeño grupo de testigos, socialmente descalificados, que nadie pudo detener, ni las amenazas judías, ni las legiones romanas. ¿De qué tendremos que ser testigos hoy?
La cuarta semana está empezando… Todavía ni siquiera hemos salido de la cuarentena. Pero ya vemos y somos testigos de signos fuertes de resurrección y de vida. Contemplamos,
– los 10 millones de recuperados;
– la cuarentena obligatoria ha reforzado la vida familiar. Esta experiencia llevará a muchas personas a enfocar mejor su manera de situarse ante la productividad, para dar más tiempo de calidad a la familia. El ser humano, no es sólo un “animal de trabajo,”
– La necesidad de los abrazos y los encuentros, de las liturgias vivas. – la necesidad de dedicar más tiempo al cuidado de la intimidad personal, a la contemplación, a la oración, a la reflexión.
– los gestos de solidaridad vecinal… superando las barreras físicas y afectivas crean un torno de confianza en un mundo afectado por el miedo.
– el necesario cuidado de la casa común, de la tierra tan castigada. – la importancia de la solidaridad humana, que no suplen las máquinas, ante la nueva utopía tecnológica que hoy seduce en el horizonte,
– más lucidez sobre este mundo que hemos diseñado, en el que el mal avanza sin forzar nada, sin levantar la voz, invisible, y llega hasta la casa del presidente de un país igual que ante el ranchito de un pobre. Hay enemigos para los que no sirven las bombas nucleares, ni los submarinos que queman la energía necesaria para alimentar ciudades enteras.
En estos inicios de la cuarta semana, contemplamos a Jesús que, con las cicatrices visibles de los clavos y la lanza, trae “el oficio de consolar”, “comparando como unos amigos suelen consolar a otros” (Ej 224). Esa es también nuestra tarea. Consolar es una caricia de la resurrección que nos llena de esperanza y de valor para hacer los pequeños o grandes gestos de conversión a una vida nueva, de más calidad que antes de la pandemia.
6. Punto de llegada: la mirada consolada y creadora de la contemplación para alcanzar amor.
Somos invitados a salir al mundo como testigos del Dios de la vida definitiva, que ha compartido nuestro dolor y nuestra muerte, y los ha vencido con su amor infinito. Su amor por nosotros es inquebrantable. Nos ha dado todo como señal de que se nos da Él mismo. Está presente en todo y en todo lo podemos encontrar. Lo contemplamos en el abajo más humillado, y en el dentro más discreto de toda situación, trabajando por nosotros. Somos limitados, pero en comunión con el amor todopoderoso. Somos el destino de su bondad infinita. Hemos conocido a nuestro Dios que nos ama y nos sirve en todo y a todos. Si Dios actúa así, también será nuestro empeño: “en todo amar y servir”.
DIOS EN LA PANDEMIA.
“Pidan y se les dará,
busquen y encontrarán”.
Pedir y buscar unidos
como el inspirar y el expirar.
Pedir nos abre el corazón
al don de Dios, en su surgir,
en su crecer y en su sazón.
Buscar nos activa enteros
para salir y encontrar el don
que ya crece entre nosotros
al ritmo y forma de lo humano.
Dios sabe lo que necesitamos
y ya ha empezado a dárnoslo
antes que se lo pidamos
y es mayor que nuestros sueños.
En los trabajadores enmascarados,
los laboratorios en silencio,
las rutinas de servidores anónimos,
la soledad intubada y muda,
el vacío respetuoso de las calles,
los templos llenos de ausencias,
las cuatro paredes familiares,
los muertos al sanar a los heridos,
los entierros sin funeral ni llanto,
el cálido aplauso de las ocho
y las insomnes redes digitales,
ya está creciendo un don impredecible
desbordando nuestras oraciones
y las previsiones de los sabios.
¿Qué nueva humanidad se está gestando
en esta tierra que gime su embarazo?
No le pidamos a Dios impacientes
que presione el vientre de la historia
y acelere el parto. Es tiempo
de silencio servicial y expectante.
31 de julio 2020, en la Misa de San Ignacio.
Centro Bellarmino de Espiritualidad
Santiago de los Caballeros, República Dominicana.
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